viernes, 5 de julio de 2013

Se Nos Fue 1: Eric Carr.

Creo oportuno iniciar con la persona que más influencia ha tenido en mí: Eric Carr.
Nacido con el nombre de Paul Charles Caravello el 12 de julio de 1950, fue el segundo baterista de la banda de glam y hard rock KISS de 1980 a 1991. Su amor por la batería comenzó a mediados de los años sesenta con el furor de The Beatles, y su mayor inspiración era Ringo Starr (de ahí que Caravello pasara a Carr con doble r) y John Bonham. Fue un hombre que trabajó de todo para aportar a su familia: plomero, reparador de hornos y mecanógrafo a dos dedos. Es a mediados de los años setenta que tuvo su encuentro con la música de KISS, y por una charla con uno de sus compañeros de su banda de covers es que supo que KISS audicionaba bateristas debido a la reciente salida de Peter Criss. Debía de ser el año de 1979, principio de los 80´s, y gracias a su humildad y buena química con la banda, se quedó con el puesto. Durante 11 años dio a la banda un aire distinto y una música fresca, siempre cambiante.
La historia seguiría como en los ochenta de no ser porque, a finales de 1990 y principios de 1991, a Eric se le diagnosticó cáncer de corazón. Fue intervenido quirúrgicamente y se le dio quimioterapia. Dicen que se escapó del hospital para grabar el video de God Gave Rock And Roll To You II: a tal punto llegaba su compromiso con la banda. Un 24 de noviembre fue hallado muerto, víctima de una aneurisma cerebral, el mismo día que Freddie Mercury. Mucha gente desconoce su deceso por haber muerto el mismo día que un artista de la talla de Freddie, pero para la comunidad kissera, ese día de noviembre es día de silencio, de preguntar al cielo “¿Por qué así?”. Esta, de manera breve, es su biografía.
Lo trascendente de Eric son las historias de amabilidad y ternura que los fans que tuvieron la suerte de conocerlo cuentan: uno de ellos, Dale Sherman, reportero, dedicó todo un artículo acerca de lo que fue tener encuentros con él: un tipo sencillo, con los pies en la tierra, con una sonrisa en la cara, con un gesto amable siempre. También hacen hincapié en las historias respecto a su relación con la banda: siempre sintió un gran respeto por Ace Frehley con todo y que cuentan que era algo ausente, a Gene Simmons le gastaba bromas inocentes y a Vinnie Vincent intentó ayudarlo para que se quedará en la banda. Era un músico explosivo e inquieto, de buen corazón y a veces tímido.
Aunque no cuento con una anécdota cara a cara con él, tengo algunas que reflejan cuánto he aprendido.  Aquí las más destacadas:
Un día después de la primera vez que tomé alcohol en cierto exceso, tuve que salir a realizar algunos pagos bancarios. Yo, que era medio novata en lo referente a la cruda (o resaca, como algunos llaman) estaba entre la vida y la muerte pues deseaba con ganas algo frío que me quitara el desierto de la boca o algo con qué acrecentar mi acidez estomacal.
En el banco, haciendo una fila terriblemente larga, mi mente comenzó a divagar entre refrescos fríos y volver a mi casa; mis ojos se movían sin ninguna gana cuando de entre la multitud vi a un joven que tenía el cabello largo, rizado y esponjado, estatura exigua, complexión recia, vestimenta rockera… por un momento dudé de mis ojos (nunca he sido una persona con una vista afortunada) y creí que, o había fallecido de pronto o había ascendido al cielo sin querer: estaba viendo a Eric Carr a menos de 3 metros de mí. Me clavé al suelo, las tripas se me encogieron, la voz huyó de mí y luego volvió para por poco gritarle al joven que buscaba a otro de los suyos y llamarlo “¡Eric!”.
No tuve el valor, como era de esperarse, pues no daba crédito a lo que veía, y en un segundo infinitesimal, nuestras miradas se cruzaron. Hasta el día de hoy, juro que vi en ese joven al que nunca he vuelto a ver, la mirada de Eric Carr: sus ojos amables, su candor, su bondad. No ha faltado quien me tilde de loca, pero estoy segura de lo que vi: él está vivo dentro de mí.
Otra anécdota, no tan afortunada, tiene que ver con mi joven carrera musical: tuve percances en una de las materias de mi escuela de arte, en la materia coral. El profesor exprimió mi resistencia hasta los límites y en algunas clases terminé llorando de la desesperación. En los últimos dos meses intenté subirme el ánimo con cosas que me gustaran hacer, además de estudiar sin ningún objeto, y para alegrarme, imprimí algunas fotos y las metí en mi carpeta, para recordarme por quienes había decidido estudiar música. De entre ellos, imprimí una foto de Eric, de esa sesión de fotos en Australia, donde tenía el maquillaje de El Zorro recién estrenado.
Un día de tantos, esperando la clase, algunos de mis compañeros me preguntaron quién era el tipo del maquillaje y las botas: dije quién era, con una expresión entre lo triste y lo contenta, y preguntaron qué había hecho que estaba en mi carpeta, y de manera tan obvia. Dije de dónde era, con quienes había tocado, y al oír la palabra KISS, algunos soltaron un silbido desdeñoso: muchos de mis compañeros tienen una opinión de KISS muy desagradable, al grado de decírmelo en la cara sin tapujos. Me armé de paciencia, pues no era la primera vez que miraban a mi banda favorita y a mí con asco, y expliqué su contexto con la banda de manera breve. Uno de ellos, de esos que ya se sienten músicos de gran conservatorio, dijo:
“Debió ser un músico mediocre, si estaba en KISS”
Suspiré. Había escuchado cosas mucho peores antes. Tal vez se debió a los sentimientos de impotencia y desgana que tenía en ese momento, que me orillaron a decir:
“No era un músico de escuela, y tal vez no el mejor de todos, pero, ¿sabes por qué me gusta tanto?”
Mi compañero hizo un ruidito de desinterés, pero yo, abrazándome a mí misma desde los hombros y deseando no llorar de la tristeza, dije:
“Porque él era una buena persona. Porque él nunca olvidó que antes que ser un músico, era un ser humano. Porque antes que ser el mejor, él quería ser bueno”
Oí una risa despectiva detrás de mí, pero no me importó: en ese momento, en el que me abracé como hubiese deseado que alguien llegara y lo hiciera, estaba más unida con una persona muerta que jamás conoceré de lo que estaba con mis compañeros de clase. Pues para mí, para ser un buen músico, primero debes ser una buena persona.  Y Eric Carr era un verdadero músico.
Creo que lo que me ha enseñado la memoria de Eric es recordar que no importa lo grandioso que seas en tu área, si no eres una buena persona: que no importa hasta donde haz llegado, si no puedes decir con la frente en alto de dónde vienes.
Que por aquello por lo que te recuerda la gente es por la nobleza de tus acciones y tu alma. No por los alardes de grandeza que demuestres en esta vida.
Uno de mis más grandes sueños en esta vida es ir a Cedar Hill, al lugar donde reposan los restos mortales de Eric Carr, dejarle una ofrenda ahí, donde están los huesos de un hombre bueno, que no merecía morir de una manera tan dolorosa y triste como lo es el cáncer. Quiero estar ahí para decirle a su tumba y a él:
“Gracias Eric. Gracias por enseñarme a ser un buen músico. Gracias por vivir en otros para que tus enseñanzas llegaran a mí. Te lo deberé por siempre”

N.L.S.

Prólogo de la sección “Se Nos Fue”

A lo largo de los últimos años, he conocido variadas personalidades del mundo del cine, la música y el arte en general que me han enseñado diferentes cosas a su manera. De entre estas, destaca un grupo de personas que pese a que ya no forman parte del número de los vivos,  han dejado tal huella que conforman un grupo especial entre mis influencias. Las Historias Sin Contar abren desde este momento un espacio para todos aquellos que representan un consejo diferente, una vida ejemplar, un amigo de buenas palabras. Habrá quien piense que es una manera morbosa de llamar la atención de los lectores a este blog, pero es la única manera que tengo de externar todo cuanto creo de personas que han preservado su legado en mí.